Las grandes innovaciones en la escuela concertada

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Durante muchos años, la escuela concertada ha cargado con ciertas etiquetas que ya no le hacen justicia. Se decía que era demasiado tradicional, que no cambiaba, que seguía haciendo las cosas como siempre. Pero hoy, muchas de esas escuelas están demostrando todo lo contrario. Han cambiado y mucho. Se han convertido en lugares vivos, donde se enseña de una forma distinta, más humana, más cercana, más conectada con lo que realmente importa las personas. Y es que no se trata solo de tener pizarras digitales o cambiar las mesas de sitio.

Este cambio no ha llegado de la nada, detrás hay equipos de personas que han tomado decisiones valientes, que se han sentado a pensar con calma qué necesita hoy la infancia, qué tipo de educación acompaña mejor los retos de esta generación. Han apostado por romper esquemas, por escuchar más, por dar espacio a nuevas maneras de aprender. Han abierto las aulas a las emociones, al trabajo en equipo, a la curiosidad real.

Por eso hoy es justo reconocer que muchas escuelas concertadas están siendo ejemplo de transformación con alma. Que están enseñando de otra forma, sí, pero sobre todo, que están enseñando desde otro lugar: desde la empatía, desde el respeto profundo por cada alumno y alumna, desde el deseo sincero de construir un mundo mejor empezando por el aula.

De aulas tradicionales a entornos flexibles de aprendizaje

Uno de los cambios que más se notan cuando entras hoy en muchas escuelas concertadas es el de los espacios. Ya no se ven tantas aulas con pupitres en fila, todos mirando al frente y el profesor explicando desde una tarima. Eso ha quedado atrás en muchos centros, ahora los espacios son diferentes, más vivos, más flexibles, pensados para moverse, para compartir, para aprender de otra manera. Hay rincones para leer tranquilos, mesas grandes para trabajar en grupo, pizarras móviles, rincones creativos, incluso aulas que parecen más un taller que una clase.

Y no es casualidad, todo esto responde a una idea muy poderosa que el espacio también enseña. Que no da igual dónde ni cómo se aprende, si queremos alumnos curiosos, que piensen, que colaboren, que propongan, necesitamos darles un entorno que invite a eso. Que los anime a levantarse, a preguntar, a probar cosas. Por eso los colegios están apostando por entornos más abiertos, cómodos y versátiles, donde cada rincón tiene un propósito y se adapta a diferentes formas de aprender.

Metodologías activas

Una de las mayores innovaciones es el abandono del modelo de enseñanza tradicional centrado en el docente para pasar a uno en el que el alumno es el centro del proceso. Aprendizaje basado en proyectos , gamificación, flipped classroom, rutinas de pensamiento o aprendizaje cooperativo son ya habituales en muchas escuelas concertadas. Estas metodologías buscan que los alumnos aprendan haciendo, investigando, reflexionando y colaborando. No se trata solo de memorizar contenidos, sino de comprender, aplicar, crear y comunicar.

Tecnología educativa al servicio del aprendizaje

La transformación digital ha sido clave en la innovación educativa, y la escuela concertada ha sabido estar a la altura. Muchas de estas escuelas han invertido en equipamiento tecnológico, plataformas de aprendizaje, aulas digitales y dispositivos individuales para el alumnado.

No se trata solo de tener ordenadores o pizarras digitales. La clave está en cómo se integra la tecnología en la práctica docente. Profesores formados en herramientas digitales, contenidos adaptados, recursos interactivos y aplicaciones que permiten personalizar el aprendizaje.

La pandemia aceleró este proceso, y hoy muchas escuelas concertadas han consolidado entornos híbridos que combinan lo presencial y lo digital de forma coherente, flexible y enriquecedora.

Educación emocional y bienestar del alumnado

Otra de las transformaciones más profundas y más necesarias que está viviendo la escuela concertada tiene que ver con algo que durante mucho tiempo quedó en segundo plano las emociones. Porque no basta con enseñar matemáticas, historia o idiomas, no basta con que los alumnos saquen buenas notas. También es imprescindible que se sientan bien, que aprendan a conocerse, a gestionar lo que sienten, a relacionarse con los demás y con ellos mismos. Y eso, por suerte, hoy ya no se ve como un complemento, sino como una parte central del aprendizaje.

Cada vez son más los colegios que incorporan programas de inteligencia emocional desde edades tempranas. Que abren espacios para que los alumnos hablen de cómo se sienten, que practican técnicas de mindfulness en el aula, que ofrecen tutorías donde no solo se habla de resultados, sino también de emociones, miedos, logros personales. Hay centros que han creado rincones de calma, protocolos para acompañar momentos difíciles, e incluso grupos de escucha donde simplemente estar y ser escuchado ya marca la diferencia.

Atención a la diversidad

Otro de los grandes pasos que está dando la escuela concertada y que merece ser aplaudido es el que tiene que ver con la atención a la diversidad. Pero no entendida solo como atender a los alumnos con necesidades educativas especiales, sino como una forma de mirar con más respeto, más apertura y más cariño a las diferencias que todos traemos. Porque en realidad, todos aprendemos distinto, sentimos distinto, vivimos procesos diferentes. Y educar, hoy más que nunca, significa abrazar esa diversidad con naturalidad, sin etiquetas, sin juicios.

Cada vez más centros concertados están abriendo sus puertas y su mente a realidades muy distintos niños con autismo (TEA), con TDAH, con altas capacidades, con dislexia, con contextos familiares complicados, o simplemente con ritmos diferentes. Lo importante ya no es que todos vayan al mismo paso, sino que cada uno pueda recorrer su propio camino con el apoyo que necesita

Formación continua del profesorado

Toda innovación, por más tecnológica o metodológica que sea, empieza por algo mucho más sencillo y profundo las personas. Y en el caso de la escuela, todo empieza por los docentes, son ellos los que están cada día en el aula, los que acompañan, los que observan, los que siembran. Por eso, muchas escuelas concertadas han comprendido que no hay cambio real si el profesorado no crece con él. No se trata solo de enseñarles nuevas técnicas o herramientas, sino de darles espacio para pensar, para probar, para equivocarse, para aprender con otros.

Como nos explican desde el colegio Madre de Dios Ikastetxea, muchas de las metodologías que hoy aplican nacieron del intercambio de ideas entre compañeros, de atreverse a probar cosas nuevas y de escuchar activamente al alumnado.

Hoy vemos cómo muchos centros están apostando de verdad por la formación continua. No como algo puntual, sino como una forma de trabajar. Se organizan jornadas pedagógicas donde se comparten experiencias reales, se crean comunidades de aprendizaje donde los profesores aprenden unos de otros, se impulsan proyectos internos de innovación donde el equipo reflexiona en conjunto y prueba nuevas formas de enseñar.

Participación activa de las familias

Otra innovación silenciosa pero poderosa es la manera en que muchas escuelas concertadas han repensado el vínculo con las familias. Lejos de ser meros espectadores, ahora padres y madres son considerados parte activa del proceso educativo.

Esto se traduce en canales de comunicación directa, escuelas de familias, reuniones pedagógicas, talleres colaborativos o actividades comunitarias. La tecnología también ha ayudado a mantener ese vínculo vivo mediante apps, plataformas de seguimiento o tutorías virtuales.

Involucrar a las familias no solo mejora el rendimiento del alumno, también refuerza el sentido de comunidad y fortalece la confianza entre escuela y hogar.

Educación para la ciudadanía y el compromiso social

Muchas escuelas concertadas han apostado por una educación que va más allá del aula: una formación que mira hacia el mundo y se compromete con él. La innovación aquí se expresa en proyectos solidarios, aprendizaje-servicio, trabajo en valores, campañas de concienciación y colaboración con entidades sociales.

El objetivo es formar personas críticas, empáticas y activas. Jóvenes que no solo aprendan matemáticas o lenguas, sino también a convivir, a cuidar su entorno y a comprometerse con causas justas.

Este enfoque humanista y transformador es una de las grandes señas de identidad de muchos centros concertados.

Internacionalización y multilingüismo

Otra gran innovación es el impulso de proyectos internacionales. Intercambios escolares, estancias en el extranjero, colaboraciones con centros de otros países, programas Erasmus+ y proyectos eTwinning han convertido muchas escuelas concertadas en espacios globales de aprendizaje.

El aprendizaje de lenguas extranjeras también ha ganado peso, no solo como asignatura, sino como vehículo de aprendizaje en otras materias. Esto no solo mejora la competencia lingüística, sino que abre la mente y prepara mejor al alumnado para un mundo cada vez más conectado.

 

 

La escuela concertada ha demostrado que puede ser motor de cambio, de apertura y de renovación educativa. Lejos de la imagen de inmovilismo, muchos centros han sabido liderar procesos de transformación profunda, siempre con el alumno como eje. Desde las metodologías activas hasta el compromiso social, desde la tecnología hasta la educación emocional, estas innovaciones no son modas pasajeras. Son respuestas conscientes a un mundo cambiante, que exige escuelas flexibles, humanas y valientes. La escuela concertada que innova no solo forma estudiantes competentes. Forma personas íntegras, curiosas y comprometidas con el mundo que las rodea. Y en ese camino, la innovación no es una meta, sino un modo de entender la educación vivo, en movimiento y siempre al servicio de quienes aprenden.

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